Publicado por Miguel Ángel Santos Guerra 28 Mayo, 2011
Diario La Opinión de Málaga
Hace un par de semanas les pedí a mis alumnos y alumnas de la Facultad de Educación que pensasen en un docente que, a lo largo de su paso por el sistema educativo, hubiera ejercido sobre ellos o ellas una influencia beneficiosa determinante. Les pedí también que, una vez localizado el personaje en la maraña de influencias recibidas, escribiesen en un folio cómo era ese profesor o profesora. Debían pensar en la característica que mejor lo definiese, la que lo describiera de manera más precisa. Pretendía que estableciesen una relación causal entre esa forma de ser y la influencia positiva que esos profesionales habían ejercido. Recogí las siguientes características:
Cariñoso (4), cercano (3), empático (2), dulce (2), comprensivo (2), atento (2), exigente (2), preocupado (2), afectivo, paciente, bueno, amigo, motivador, alegre, entregado, que escuchaba, gracioso, luchador, inteligente, duro, competente, que valía.
Las preguntas se me agolpaban casi bruscamente: ¿Cómo debe ser la formación de los maestros y maestras para que desarrollen esas cualidades que determinan la influencia positiva? ¿Cómo sabemos que las poseen quienes van a dedicarse a esa tarea? ¿Cómo hacer presente en los procesos de selección la importancia de estas dimensiones? ¿Cómo incidir en el cultivo de esas competencias cuando el currículo se articula casi exclusivamente sobre conocimientos y destrezas?
Había, entre esos profesores y profesoras influyentes, hombres y mujeres en una proporción bastante equilibrada, teniendo en cuenta que hay más mujeres que hombres en el sistema educativo. No resultaba significativo en esa pequeña población el factor género. Tampoco era determinante la materia que impartían esos maestros y maestras influyentes. Había en ella profesores de Literatura, de Física, de Tecnología, de Inglés… Había maestros y maestras de infantil, de primaria y de secundaria. Me llamó la atención que no hubiera, entre los elegidos, ningún profesor universitario. ¿Por qué?, me pregunto. ¿Es que ya está cristalizada la personalidad y el margen de influencia es casi nulo? ¿Será que la enseñanza universitaria es impersonal, masificada y asentada exclusivamente en el desarrollo de las disciplinas académicas? ¿Será que nuestra preocupación personal se disuelve en una compleja urdimbre de conocimientos, metodologías y evaluaciones?
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